martes, 19 de octubre de 2010

RETRATO FLAMENCO DE UN GUITARRISTA

(Con motivo de la la recién clausurada Bienal de Flamenco de Sevilla se adjunta
este retrato literario de un guitarrista )

Parafraseando a Carlos Lencero, la guitarra es un instrumento para ociosos inventado por el diablo para perder a los hombres. Utilizando como tamiz tan elocuente frase, podríamos observar a un guitarrista —uno cualquiera— prescindiendo del aparato electrónico para la afinación del instrumento —algo que, según él, es propio de los tecnócratas y no de los artistas— mientras desgrana mentalmente en cuatro partes el corolario anterior. En primer lugar, no duda en aceptar lo que en ese instante sostienen sus manos como un instrumento, dada su utilidad para fabricar algo. Aunque en ese mismo momento su perspicacia, tras una experiencia desasosegada con esas curvas tan femeninas, ponga en duda quién sirve a quién. Por eso, analizando la segunda parte del aforismo, señala a lo ocioso del hecho como causa fundamental de que a veces los hombres huelan a palo santo y a bordones y la guitarra dirija los caminos del hombre decidiendo sobre los silencios, el compás y los arpegiados de tal forma que intercambien los papeles. Tan desazonante inversión de roles, y piensa esto para dar explicación a la tercera parte del corolario, es obra de Satanás, capaz de adoptar múltiples formas y de transformar a los hombres en posesos de la música que niegan la existencia de vida fuera la caja de resonancia, según la cuarta parte de la sentencia.

Hemos contemplado, tan sólo, un instante en la vida de un guitarrista. Una existencia que, por otra parte, podríamos calificarla —por estandarizar la vida de estos músicos tan peculiares— de nómada en la mitad de un año y sedentaria en la otra. En la primera parte, el caótico trasiego posibilita que el músico llame a casa desde Grenoble diciendo que se encuentra en Salzburgo o que en las entrevistas a las revistas japonesas especializadas en flamenco hable de su actuación el día siguiente en el conservatorio de Rotterdam cuando en realidad tañe en el Cirque d’Hiver de París: pierde la noción del espacio y del lugar donde vive con tanto ir y venir. Pero luego le invaden la tranquilidad y la sensación de que los hechos y el tiempo de se dilatan de forma sempiterna. Es la época de las grabaciones. Se encierra cuatro o cinco meses para preparar un disco careciendo de la noción del tiempo, sabe dónde se encuentra, en su habitación, en su inspiradora casa del campo o en el pequeño estudio de grabación que con tanto mimo diseñó; pero jamás sabe en que momento de su vida habita. Sólo hay una cosa en su existencia que le obsesiona: la guitarra. Las demás, su mujer, sus hijos, el teléfono que suena, permanecen allí, como siempre permanece la puerta cerrada de su habitación, o colgado el poncho que compró en su gira por México. Sólo escucha el alternado del bordón y la prima, o el vertiginoso viaje de las escalas sobre el diapasón, y eso es suficiente al tiempo que indispensable para su existencia. Por eso, su vida tiene dos partes que se van relevando sucesivamente: primero se pierde el sentido del espacio, luego el del tiempo, luego el del espacio otra vez, más tarde ambos...

“Cuando dejo de tocar un día lo noto yo; cuando dejo de tocar dos lo nota mi mujer; y cuando dejo de tocar tres lo nota el público” fue la contestación de Quique Paredes, citando al pianista Rubinstein, ante mi pregunta sobre la ingratitud de la guitarra. Igual de existenciales resultan las confesiones de músicos de la talla de Paco de Lucía o el propio Tomatito sobre la ambivalencia del instrumento y la relación de amor y odio en la que coexisten. La causa de tan incesante pelea entre músico e instrumento podríamos hallarla en el descubrimiento de verdaderos cantaores frustrados —como siempre se ha confesado Paco de Lucía—, que no guitarristas, que escrutan entre la prima y el bordón los sonidos que no hallaron en sus gargantas; que sustituyen los ayes y los tercios por el disimulo de la falseta, la solemnidad lúgubre del bordón seguiriyero y el sonido ronco, casi mudo, que emana del golpeo de la tapa armónica.





Niño Miguel (Fandangos de Huelva)

2 comentarios:

  1. Siempre he pensado que el flamenco es cante, sobre todo, cante. De ahí que coincida con esa idea del guitarrista como cantaor frustrado. De ahí las críticas a la Bienal.
    También nunca he comprendido el alejamiento entre el flamenco y la escuela. De lo que estoy seguro es que casi nada ocurre por casualidad.

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  2. Las notas que emanan de los ágiles dedos de un guitarrista arrancan múltiples formas de expresión de lo que acontece dentro y fuera de un escenario; cuando todo suena con un único nombre:flamenco.

    El acercamiento a él, no es un hecho casual.

    Estoy totalmente de acuerdo, pocas cosas ocurren por casualidad.

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