Título: Incógnito. Las vidas secretas del cerebro.
Autor: David Eagleman.
Editorial: Anagrama (Colección Argumentos).
Fecha de publicación: 2013
En los últimos años del siglo XX, a la vez que se realizaban las disquisiciones mágicas del milenarismo como consecuencia de la inminente llegada del nuevo milenio, alguien afirmó refiriéndose al nuevo siglo que se nos venía encima, que los dos grandes hitos científicos y humanistas que presidirían ese periodo serían, en términos gruesos, el cosmos, y, en términos sutiles y delicados, el cerebro. Se podría pensar que el estudio de ambos entes sería diferenciado por la materia y la magnitud de los mismos. Hoy, con la perspectiva de algo más de una década, podemos afirmar que aquella premonición fue certera y además que los dos objetos de estudio que inicialmente se pudieron entender como susceptibles de análisis e interpretación distinta, hoy pueden tener un sentido de complementariedad evidente, ya que conocer qué hay en las inmensas extensiones más allá de nuestra atmósfera y acercarse a un conocimiento del funcionamiento del pequeño órgano que se aloja en nuestro cráneo, persigue un fin común que podríamos enunciar, por otra parte, como el fin último de la educación: conocernos mejor a nosotros mismos.
Como una contribución más al progresivo conocimiento del cerebro humano y las consecuencias, para nuestras vidas, de su funcionamiento, se ha publicado recientemente el libro “Incógnito”, cuyo autor es el neurocientífico, de cuarenta y pocos años, David Eagleman. Si uno se arma de cierta paciencia y valentía, para superar las disquisiciones innecesarias, por amplias, detalladas y un tanto exhibicionistas, que los divulgadores anglosajones, como el que nos ocupa, suelen insertar para justificar sus tesis, en este libro puede encontrar interesantes argumentos para avanzar, aunque sea someramente, en el conocimiento de nuestra conciencia y, lo que es más trascendente, lo que se aloja bajo ella y que, según el autor, es más determinante para la comprensión de lo que hacemos, pensamos y sentimos. Es decir, una tesis fundamental del libro radica en el hecho de que nuestros comportamientos, nuestras percepciones, nuestros pensamientos e, incluso, nuestros sentimientos están determinados por factores que subyacen a la estructura más joven y superficial del cerebro, denominada corteza, y que no emergen a nuestra conciencia. Veamos un ejemplo de lo que decimos, basado en un experimento que desarrolla el autor; un conjunto de hombres observan a un pléyade de mujeres para dilucidar cuál o cuáles serían supuestamente elegidas para mantener una relación, en la elección un factor determinante es la dilatación de la pupila inducida, en algunas de ellas, de manera artificial. Factor del que no eran conscientes los hombres pero que, teniendo como explicación nuestra evolución filogenética, se ha grabado en el cerebro profundo del hombre, determinando su decisión. La pupila dilatada es una señal, procesada a nivel inconsciente, de que la compañera estaría dispuesta para mantener una relación sexual, lo que puede convertirse en algo más determinante que el canon de belleza al uso. Por supuesto ellos no fueron conscientes de esta circunstancia cuando tomaron su decisión.
Podríamos preguntarnos, por tanto, qué significa conocer, quizás “conocerse a uno mismo, ahora exige comprender que el yo consciente ocupa una pequeña habitación en la mansión del cerebro y que posee poco control sobre la realidad construida por usted”, afirma el autor. La invocación “conócete a tí mismo”, inscrita en el pronaos del templo de Apolo en Delfos, requerirá una nueva y ampliada visión, de la que se derivarán, por ejemplo, nuevas interpretaciones de la responsabilidad individual, de la culpa, aspectos relacionados con la jurisprudencia y las consecuencias que de ella se derivan, de las que el autor se ocupa en el libro y que, como profesionales de la educación, también nos podría llevar a nosotros a visiones distintas o complementarias de las que tradicionalmente se vienen utilizando para interpretar la realidad de los centros y las aulas. Factores no conscientes pero determinantes pueden estar influyendo en cualquier decisión que adopta un alumno o un profesor, pueden influir en lo que interesa o no interesa, lo que preocupa o no preocupa, aquello que es entendible o no. En definitiva, podemos estar en pañales en cuanto al conocimiento de los factores que son causa de nuestra interpretación del mundo y de las formas de relacionarnos con las personas y lugares que habitamos.
Partiendo de que "el acceso consciente a la maquinaria que hay bajo el capó es lento y a veces ni siquiera ocurre”, es decir que en ocasiones no tenemos conciencia de por qué hacemos lo que hacemos, el autor profundiza en la idea de que el mundo que vemos no se corresponde necesariamente con “lo que hay ahí fuera”, es decir que lo que vemos es una construcción del cerebro, por lo que una tarea fundamental del mismo es elaborar una narrativa útil para la interpretación de la realidad. Como consecuencia, las rutinas que terminan siendo útiles quedan impresas en los circuitos cerebrales profundos e influirán en nuestra vida posterior. La mente, por tanto, contiene multitudes, lo que explica que uno pueda insultarse, reírse y hacer tratos consigo mismo. Por lo que estamos sabiendo y todo lo que nos queda por saber en el estudio del cerebro, se requieren nuevas y más complejas interpretaciones de los pensamientos, sentimientos y, en último término, de las conductas de los individuos y, por ende, nos debe llevar a un nuevo marco social y educativo.
Las interpretaciones materialistas y reduccionistas que pretenden entender el todo como la suma de las partes y que, por tanto, nos llevarían a intentar interpretar el funcionamiento del cerebro y de nuestra mente como un conjunto de células, vasos sanguíneos, hormonas, proteínas y fluidos de diversa índole, por otra parte fundamento de las líneas de investigación imperantes, siguen las leyes de la física y la química, pero el autor propone que para el estudio del cerebro este modelo es insuficiente, debido a que en el funcionamiento de este órgano existe un componente privado y subjetivo, de manera que lo material interactúa con la introspección del sujeto. Aunque no se puede negar la fuerte influencia de los componentes materiales, expresados en forma genética, que sientan las bases de lo que podemos ser, no se puede olvidar que éstas se relacionan fuerte y directamente con nuestra subjetividad y con las experiencias que vivimos, para conjuntamente y como un cóctel de difícil análisis, permitirnos aproximarnos a una interpretación de lo que hacemos. Este modelo que postula la importancia de la interacción entre los medios materiales de los que estamos hechos y las vidas que nos han tocado vivir, es fundamental en el mundo educativo. Crear buenas condiciones ambientales, en el amplio sentido, puede suponer facilitar el desarrollo de personas mejor educadas evitando o previniendo que sus condiciones materiales o físicas de partida determinen, de forma exclusiva, sus vidas.
José María Pérez Jiménez
Inspector de Educación
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