A lo largo de los años de este blog he tenido una participación escasa. Pero no quisiera acabar mi etapa como director del IES Los Álamos sin hacer una aportación significativa. Como hago con mis alumnos, me gustaría recomendar un libro, que este año se ha puesto de moda en Bormujos, quizá olvidándose el verdadero sentido del libro y qué quería decir el autor. Leer un libro o, incluso, oír hablar del mismo, no siempre quiere decir que se conoce bien y, sobre todo, que se entienda. Por mi trabajo de profesor de Lengua, los libros son mi ámbito cotidiano y en ellos hallo respuestas que la vida no ofrece, porque los autores que han dejado escritos sus obras, van más allá de los comunes sentimientos humanos de la mediocridad, la envidia, la prepotencia, el ansia de poder, el nepotismo, etc.
En 1964 Miguel Delibes (1920-2010) escribió una novela corta con este título "El príncipe destronado". No es un libro para niños, pero sí un libro de niños, cosa bien distinta como sabemos. En el conjunto de su obra esta novela tiene algunas características que la hacen original y estimable. La primera de ellas que transcurre en tiempo real. En "El príncipe destronado" todo se desarrolla en un único día del frío diciembre, mejor dicho, en doce horas de ese día. Además, aunque es una novela, bien podría ser una obra de teatro, pues lo que predominan son los diálogos. Este carácter dramático o dramatúrgico fue advertido por los cineastas españoles que la convirtieron en una película, que acentuaba uno de los aspectos del libro y que, por eso mismo, se llamó "La guerra de papá". Otra característica muy interesante es que el peso de la acción recae sobre un niño, un niño muy pequeño, de tres años, batiendo quizá un récord del que el propio autor era consciente. Recordemos que el protagonista de "El camino" es mayor, tiene ya once años. Por eso, aunque el telón de fondo es la difícil, lúgubre y triste sociedad española de la postguerra, los conflictos solamente aparecen en tanto están relacionados con el mundo de los niños, que es, de esta manera, el centro de la narración.
El carácter de Quico, el protagonista, queda expuesto en las primeras líneas del libro, en las que soñoliento, abre los ojos e imagina ver el arcoiris entrando por la ventana. Inocencia, precocidad, supervivencia en un mundo de adultos ocupados, gracia e ingenuidad, todo ello aparece reflejado en este personaje que vive momentos difíciles por la presencia en la familia de su pequeña hermanita, Cris, nacida hace pocos meses, y que le ha arrebatado su trono, que no es otro que el corazón de mamá, la preeminencia ante su amor y sus cuidados. Quico y sus hermanos, Pablo, Merche, Marcos, Juan y la pequeña Cris, son los niños que aparecen rodeados de unos adultos que se mueven en dos planos bien distintos y de los que ellos son partícipes a la vez: el mundo de los señores, papá, mamá, la tía Cuqui, y el mundo de los criados, la Vito, la Loren, la Domi, el Femio...Delibes maneja con acierto la forma hablar de unos y otros, niños, señores y criados, en una suerte de "Arriba y abajo" que convence y que nos traslada a esa casa de clase media en la que se añoran otros tiempos y en las que los niños tienen que sobrevivir a base de imaginación.
Junto con los diálogos, tan logrados, el dibujo de los personajes, que aun siendo numerosos no se reflejan con trazo grueso sino con sus aristas bien conseguidas, es otro elemento fundamental de la novela, que demuestra la tradición clásica de Delibes, sus lecturas y sus conocimientos de la literatura española. Ahí está el ausente padre, perdido en la ensoñación de la victoria; la apagada esposa, desbordada como madre y desengañada como mujer; la criada pícara y taimada, Domi; la inocente sirvienta que completa la pareja amorosa, Vito...y, sobre todo, los niños, por cuyos ojos pasan los acontecimientos, las horas y los problemas, devolviéndolos al lector plenos de otra luz, la que ellos aportan.
Su relevancia en la literatura no ha sido solamente debida a que es de lectura fácil, o a que fue llevada a la pantalla, en una acertada versión dirigida por Antonio Mercero, sino quizá también en que refleja una sociedad que, cuando el libro se publicó, en 1973, nueve años después de ser escrito, ya había desaparecido, dejando paso a otras nuevas formas de vida. Es una novela urbana, en contraposición a esas otras del autor en las que la naturaleza es reina y señora, haciendo justicia a su afición por el campo, su querencia por la tierra y su especial modo de relacionarse con la naturaleza.
El príncipe destronado sufría ante la llegada de su hermanita porque pensaba que sus padres habían dejado de quererlo. Pero se equivocaba. Porque, en la escena final, la que reconcilia al lector con el personaje de la madre, tan esquiva, sobrecargada y distante todo el tiempo, ésta toma la mano del niño y le manifiesta así su amor. Qué tendrá la mano de una madre, dice una criada. Fuera lo que fuese está claro que, en realidad, el príncipe conservaba su trono. Y para siempre.