martes, 14 de junio de 2011

La escritura y el síndrome del boli rojo

Incluso por parte del profesorado más motivado y vocacional, la queja es permanente: “Es que no quieren escribir. Pasan de to do”. Hablan de sus alumnos y de sus alumnas. El desinterés de la mayoría de las criaturas por la escritura parece, además, que aumenta con la edad. Para
algunas personas, bastante “in-docentes”, esta situación también interpela al programa educativo y a quienes lo perpetramos en las aulas.
La enseñanza de la lengua y de la literatura en lugar de ser una excusa para el goce se reduce a menudo, lamentablemente, a un aprendizaje propio de entomólogos, obsesionados con la clasificación de estilos, épocas, escuelas, autores y categorías gramaticales dispuestos en aras de la ciencia, incluso, si es preciso, a disecar el lenguaje. Con semejante peaje, la experiencia vital y emocional que puede ser la expresión escrita se ahoga entre epítetos y generaciones literarias. RIP.
Para mí, ex-presar quiere decir liberar lo que está dentro de cada quien. Escribir es –o podría serlo– un maravilloso ejercicio de libertad. Sin embargo, “hacer cosas con palabras”, cosas prácticas y divertidas, incluso transcendentes como dotar de sentido y significado a la propia vida, sigue siendo una asignatura pendiente en la mayoría de nuestras escuelas e institutos.
En la actualidad, todas las personas estamos en riesgo de convertirnos en depredadores audiovisuales y en tragarnos “lo que sea”, siempre y cuando nos llegue a través de una pantalla. Es cierto que el entorno no ayuda, pero yo tengo la hipótesis de que si la necesidad humana de
contar lo que hemos vivido, soñado o imaginado no se manifiesta masivamente en la escritura, es porque cuenta con un enemigo tan perverso como bienintencionado: el bolígrafo rojo.
Y es que el profesorado nos escoramos siempre hacia la ultracorrección. Lo corregimos todo, todo el rato, siempre, a cualquier edad el mismo protocolo didáctico llenando el texto de cadáveres; el boli rojo delata todas las bajas: la ortografía, la puntuación, la sintaxis. Cuando el alma de una criatura nos llega en unas cuantas frases escritas, “Senti ke me aogava”, ¿qué hacemos con ella? La corregimos. Entonces se quejan, nos regatean la extensión y los temas, miden sus palabras, dejan de contar lo que quieren para contar lo que pueden con la menor cantidad de errores posibles… La motivación por la escritura se desangra y… nos extraña.

VIRGINIA IMAZ QUIJERA
Correo-e: virginiakarmelo@euskalnet.net

3 comentarios:

  1. Interesantísima reflexión, sin duda. Me entra la duda, sin embargo, de qué pasaría si se "suavizan" las correcciones, si se le resta importancia a la corrección ortográfica o sintáctica.
    "Senti ke me aogava". ¿No se corrige por tanto? ¿Lo corregimos pero de otra forma? ¿Cuál es la solución?

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  2. Cuando un humano pequeñito está aprendiendo a hablar, ve un perro y dice entusiasmado "¡GUAUGUAU!", no he visto aún a nadie decirle: "No, se llama perro", antes bien, si al rato vemos otro can le decimos muy alegremente: "¡Mira, otro guauguau". Ya más adelante lo llamará perro, chucho, can, sabueso, lebrel, galgo o podenco... incluso "guauguau" si está con otro bebé neoparlante.

    Desde mi perspectiva como educador, lo primero es que escriba, como sea, que se exprese, que me cuente lo que quiera contarme y lo haga a menudo y con ganas, aunque luego me pase un cuarto de hora para descifrarlo. Cuando le vaya cogiendo el gustillo a eso de escribir empiezo a enseñarle cómo se escribe correctamente una palabra mostrándosela bien escrita y que averigüe (sin o con ayuda) qué parte no es correcta en la suya y cómo debe escribirse. Además, que antes de escribir hay que leer y tiene una montaña de ejemplos escritos en cuentos, cómics, carteles, etiquetas... incluso en libros de texto (quien los use). A escribir (como a todo) se aprende escribiendo, si anulamos las ganas de escribir (o de lo que sea) con tanta corrección al comienzo, lo que logramos es que se acaben las ganas y el interés.

    Si te apuntas a atletismo no vas a que te enseñen a correr, tú ya corres y vas porque te gusta, lo único que queda es pulir la técnica.

    Por supuesto que, como siempre, es mi opinión en base a mis creencias (siempre prestas a ser modificadas por otras más lógicas y sensatas).

    Un saludo.


    ¡Wahó!

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  3. estoy contigo,que se arranquen a escribir es lo fundamental y la corrección en rojo es antipedagógica, se sienten fatal y dicen: ¿para qué lo voy a hacer si lo hago todo mal?. Esto le pasa a mi hija de siete años. redacta con palabras que ha oído,pero le corrigen incluso lo que no han visto en clase, los acentos, loss diptongos.... ella ve todas las correcciones en rojo y su sentimiento es de fracaso.

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